sábado, 30 de julho de 2011

599- Entendendo, um pouco, a extrema direita norteamericana - o conservadorismo do partido Republicano.

La crisis de la deuda en EE UU compromete la unidad y el futuro de los republicanos



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El Grand Old Party nunca calculó el grado de fanatismo y la anarquía de los 40 congresistas que suma el movimiento de extrema derecha

ANTONIO CAÑO
Washington 29/07/2011

El Grand Old Party, el partido de Abraham Lincoln, Dwight Eisenhower y Ronald Reagan, vive un momento crítico con el ascenso del Tea Party. Ante un episodio de la trascendencia de una posible suspensión de pagos, el liderazgo republicano en el Congreso se ha mostrado incapaz de contener la estrategia nihilista de la extrema derecha que se ha infiltrado entre sus filas en los dos últimos años. Como resultado, naufraga sin rumbo, sin proyecto y sin un patrón que pueda reconducirlo.




EE UU entra en quiebra política

Wall Street advierte de "muy graves consecuencias" por la crisis de la deuda

El desconcierto manda en Washington

La rebelión del Tea Party compromete la unidad y el futuro del Partido Republicano



El Partido Republicano nunca midió las consecuencias de su pacto con el movimiento Tea Party para ganar las elecciones legislativas de 2010. Nunca entendió la naturaleza anárquica de los cuarenta congresistas que se incorporaban en esa fecha a la Cámara de Representantes. Nunca calculó el grado de fanatismo, amateurismo e intransigencia de un puñado de políticos que vino a Washington a limpiar el sistema y no tiene escrúpulos en llevarse por delante lo que sea preciso para conseguirlo.

Probablemente, el máximo líder republicano en el Congreso, John Boehner, lo entendió por fin en la azarosa noche de este jueves (madrugada del viernes en España) mientras buscaba uno a uno los votos que necesitaba para sacar adelante su propuesta sobre el levantamiento del techo de deuda. Lo hizo como se han hecho tradicionalmente esas negociaciones, ofreciendo cargos y compensaciones a cambio del voto. Pero se encontró con un muro en el que la defensa de los principios puede más que la credibilidad de Estados Unidos o las urgencias de la economía mundial.

"Yo no vine aquí buscando favores ni un puesto en un comité, así es que amenazarme con eso no tiene ningún efecto", advirtió uno de los representantes de ese sector, el congresista de Carolina del Sur Trey Gowdy. "Las negociaciones que ha habido aquí esta noche, hace unos años le hubieran costado al país 20.000 millones de dólares", dijo otro afiliado al Tea Party, el congresista de Arizona Jeff Flake, en referencia a los proyectos que se suelen poner sobre la mesa en este tipo de acuerdos. Esa noche del jueves, que algunos observadores han comparado con el Titanic del Partido Republicano, ha sido descrita por Flake como "el espectáculo más refrescante del mundo".

Los congresistas no estaban solos en esa aventura revolucionaria. Mark Meckler y Jenny Beth Martin, los fundadores de los Tea Party Patriots, se habían apostado con un grupo de los suyos a las puertas del Capitolio para impartir instrucciones a sus congresistas, en un ejemplo de ese modelo de democracia directa que ellos patrocinan. En el teléfono, Richard Armey, el líder de FreedomWorks, se aseguraba la lealtad de los congresistas de Texas que controla. En Facebook, Sarah Palin, hizo una declaración estimulando a los miembros del Congreso a mantener la palabra dada a los efectores y resistir todas las presiones. En Twitter y otras redes sociales, miles de activistas recordaban a sus representantes parlamentarios lo que tenían que hacer si querían ser bien recibidos en sus distritos electorales. Paralelamente, Rush Limbaugh y otros comentaristas en la radio y en la cadena Fox vigilaban inquisitorialmente el comportamiento de cada uno de los congresistas de la derecha.

Esta es la fuerza que dio vitalidad a los republicanos después de su derrota en las elecciones presidenciales de 2008 y es la fuerza que hoy impone su ley dentro del partido. A ella tendrá que enfrentarse el establishment republicano si quiere recuperar las esencias del conservadurismo norteamericano y, más importante que eso, una mayor posibilidad de volver a la Casa Blanca. Un partido incapaz de gobernarse a sí mismo tiene escasas opciones de gobernar el país.

¿Quién puede hacer eso? Nadie de quienes ahora están al frente. Boehner puede salir muy herido de esta crisis, quizá al borde su dimisión. John McCain denunció desde el pleno del Senado el aventurerismo infantil del Tea Party, pero él ya es un outsider en su partido. Los actuales candidatos presidenciales oscilan entre los que trabajan para el Tea Party y los que le temen demasiado como para oponerse.


El Tea Party toma el poder en la derecha


El movimiento extremista domina las primarias del Partido Republicano de EE UU.- La marginación de los moderados hará muy difícil legislar al presidente Obama

ANTONIO CAÑO - Washington - 15/09/2010

La resonante victoria del movimiento extremista conocido como Tea Party en las elecciones primarias del martes, la más sorprendente y trascendental de las muchas obtenidas por esa marca en los últimos meses, pone definitivamente a la extrema derecha al timón del conservadurismo norteamericano y abre un difícil periodo de incertidumbre sobre el destino del histórico Partido Republicano y de la política norteamericana en su totalidad.


El nuevo conservadurismo americano

Tal ha sido el impacto de la victoria de Christine O'Donnell en las primarias republicanas del Estado de Delaware que los tradicionales pesos pesados de la derecha han emitido una señal de alarma. "Este no es el camino", ha advertido Karl Rove, el famoso analista político, resumiendo el estado de ánimo de la dirección del partido, que teme que la designación de candidatos tan radicales dificultará extraordinariamente su victoria en las elecciones legislativas parciales del próximo noviembre.

Christine O'Donnell es, en efecto, orgullosamente extremista. Ha abogado por las armas, la abstinencia sexual, el fin de los impuestos y la liquidación de todo el aparato estatal. Con el apoyo y el dinero del Tea Party y la bendición de Sarah Palin, la heroína de esta peculiar revolución, le ha bastado para derrotar a Mike Castle, un miembro de la Cámara de Representantes, una respetada figura de Delaware y el candidato respaldado con todas sus energías por el Partido Republicano.

Con su victoria en Delaware, el Tea Party consigue ya colocar a su gente en seis candidaturas al Senado desde que ganó el escaño de Ted Kennedy en Massachusetts. El martes se anotó también la victoria del candidato a gobernador de Nueva York, Carl Paladino aunque éste sin seria oposición del establishment republicano y a punto estuvo de hacerse con la candidatura al senado en New Hampshire ?el aspirante oficial está por delante por mil votos.

Pero el caso de Delaware, un Estado rico y progresista de la costa Este, es especialmente ilustrativo sobre el estado del mapa electoral del país. El escaño del Senado parecía desde un principio destinado a los demócratas, que contaban con un candidato imbatible: Beau Biden, el hijo del vicepresidente. La retirada de éste, por motivos personales, y la caída de la popularidad del Gobierno de Barack Obama abrieron de repente una clara posibilidad para que los republicanos se hicieran con el puesto. Castle, perteneciente a un linaje de conservadores centristas e ilustrados que siempre han dominado en esa región del país, parecía el candidato ideal. En cambio, la ganadora de las primarias, O'Donnell, puede haber seducido a los más apasionados, pero representa valores absolutamente contrarios a esa tradición. Su victoria en noviembre, más que una sorpresa, sería un milagro.

Todos los demás candidatos del Tea Party fueron elegidos antes en Estados del oeste y del sur, con mayorías conservadoras, en los que su triunfo final es más viable. Pero incluso en esos casos, su designación ha estado sucedida de luchas intestinas en el republicanismo y las encuestas han detectado el ascenso de los aspirantes del Partido Demócrata.

"El Partido Republicano vive una auténtica guerra civil", ha asegurado el presidente del Comité Nacional Demócrata, Tim Kaine, quien pronostica que las esperanzas de su partido han crecido significativamente ante el ascenso de un segmento político que, como ha dicho Bill Clinton, "hace parecer a George Bush un peligroso liberal".

Al margen del efecto que el auge del Tea Party tenga en la lucha partidista, lo más grave del momento político por el que atraviesa la principal potencia mundial es la repercusión que pueda tener en la gobernabilidad del país.

Si con una mayoría holgada en ambas Cámaras del Congreso con un periodo de mayoría absoluta en el Senado, Obama sacó adelante algunas de sus reformas dolorosamente y en una versión descafeinada, no es descabellado pensar que será incapaz de aprobar una sola ley en la segunda mitad de su mandato. Eso no sólo es grave para el progreso de EE UU sino también para la estabilidad internacional. Baste recordar que el tratado de desarme con Rusia y numerosos acuerdos comerciales dependen de la ratificación parlamentaria.

No sería insólita la división de los poderes presidenciales y legislativos entre los dos partidos dominantes. De hecho ha ocurrido con frecuencia. Pero nunca antes la oposición había estado dominada por el arrogante fanatismo que exhibe el Tea Party. Algunas de las caras nuevas que llegarán al Capitolio después de noviembre son verdaderos militantes de un ejército irregular que vienen a Washington con la misión de dinamitar las estructuras de esta ciudad. El Estado puede ver sus manos atadas durante años.

Es justo destacar que son militantes de un movimiento carismático y, en cierta medida, naive. Aunque a su cabeza están políticos de siempre con el afán de siempre obtener el poder, la base de este movimiento ha crecido, en parte, por la espontánea y legítima ansia de libertad individual que cada ciudadano norteamericano porta en sus genes. El totalitarismo resulta a veces de las mejores intenciones y el fanatismo se cría en los entornos más populares. Estados Unidos vive uno de esos momentos, no excepcionales, en el que sus valores entran en conflicto entre sí.

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