Para ver la realidad política colombiana se necesita un caleidoscopio y así diferenciar su variada gama de colores. Eso se demostró en las pasadas elecciones regionales en donde miles de ciudadanos hicieron frente común para derrotar a las mafias que desde muchos años atrás han controlado las alcaldías, así como manejan sus ejércitos de sicarios, redes de apuestas ilegales y casas de prostitución.
A pesar de las enormes dificultades del sistema democrático, estos resultados invitan al optimismo. Es el triunfo de los electores indignados. Los casos están en todos los puntos de la geografía colombiana. Así, por ejemplo, en Buenaventura, en la costa pacífica, la voluntad de la comunidad derrotó desde las amenazas tangibles hasta armas sobrenaturales como la brujería. El mandamás de este puerto, por donde pasa el 60% del comercio del país, es Juan Carlos Martínez, condenado por vínculos con los paramilitares.
A pesar de que él se encuentra en prisión, en las pasadas elecciones se aprovechó de argucias jurídicas para salir de la cárcel –permisos médicos, libertad de culto, entre otras surrealistas excusas– y viajó hasta allí para organizar la campaña. Puso a cinco candidatos de sus afectos. No dejó nada al azar: contrató una bruja que hiciera unos rezos que le blindaran su victoria. Para sorpresa suya y de sus cómplices, el sexto candidato los venció a todos. Ganó el liberal Bartolo Valencia Ramos con casi 40.000 votos. La mayoría de los 365.000 habitantes de Buenaventura viven en la pobreza absoluta porque gran parte del presupuesto público se esfuma en la corrupción. De hecho, el alcalde saliente se encuentra en la cárcel por este delito.
Una situación similar se vivió en el otro extremo del país, en el Caribe. Allí, en la calurosa población de Magangué, a orillas del río Magdalena, se impuso la izquierda en contra de los deseos de Enilce López, alias ‘La Gata’, una poderosísima y tenebrosa mujer, amiga de los paramilitares, vinculada con los capos del narcotráfico, y quien, además, maneja una vasta red del chance, una lotería muy popular. Hasta ahora sus hijos, conocidos como Los Gatitos, se turnaban el poder y en campañas relámpago podían movilizar hasta 100.000 electores. Este poder fue vencido, en esta oportunidad, por Marcelo Torres con 23.000 votos. Marxista declarado y antiguo militante del Movimiento Obrero Independiente Revolucionario, Moir, trabaja en línea con Gustavo Petro, el exguerrillero del M-19 que, a su vez, se impuso en la alcaldía más importante del país, la de Bogotá.
También en la costa Caribe, en la bellísima bahía de Santa Marta, el profesor universitario Carlos Caicedo le ganó a Alejandro Palacios, candidato del exgobernador Trino Luna y de otros dirigentes, todos hoy presos, por sus vínculos con las mafias. Abogado de profesión, estuvo detenido, por los falsos testimonios de paramilitares desmovilizados que lo acusaban de corrupción. Los pájaros tirándoles a las escopetas. Tras un dilatado proceso y después de cuatro años y ocho meses tras las rejas, demostró su inocencia, recobró la libertad y ahora obtuvo 75.000 votos.
Y, finalmente, está el caso del municipio de Bello, en el departamento de Antioquia. Su población también les dio, a través de las urnas, una lección a las mafias incrustadas en la administración pública. Hasta el domingo pasado el poder local había sido manejado por Óscar Suárez Mira, incluso desde la cárcel en donde se encuentra por sus nexos con escuadrones de la muerte de derecha. Para estas elecciones decidió que su candidato era Germán Londoño. Con la misma presión que impuso en otros comicios, los demás aspirantes fueron sacados del camino para dejarle el campo abierto.
Sin embargo, los ciudadanos indignados corrieron la voz de que la única alternativa era votar en blanco. Londoño sacó 46.465 votos, pero las papeletas marcadas con el voto en blanco fueron más: 60.818. La Ley obliga en estos casos a repetir las elecciones en las que puede participar cualquier ciudadano menos el derrotado por el voto en blanco.
Las mafias, sin embargo, no se han quedado quietas y han movilizado a encapuchados tras las elecciones para quemar las papeletas y buscar anular los resultados. Eso explica las asonadas que se han visto en esta semana. La diferencia es que en esta ocasión, el Estado estrenó precisamente en estas ciudades la identificación biométrica para cotejar la huellas y evitar la suplantación de votantes y jurados y es casi imposible alterar ahora los datos. Un avance tecnológico que se suma a las noticias refrescantes que confirman, una vez más, que Colombia no se le puede ver en blanco y negro.
A pesar de las enormes dificultades del sistema democrático, estos resultados invitan al optimismo. Es el triunfo de los electores indignados. Los casos están en todos los puntos de la geografía colombiana. Así, por ejemplo, en Buenaventura, en la costa pacífica, la voluntad de la comunidad derrotó desde las amenazas tangibles hasta armas sobrenaturales como la brujería. El mandamás de este puerto, por donde pasa el 60% del comercio del país, es Juan Carlos Martínez, condenado por vínculos con los paramilitares.
A pesar de que él se encuentra en prisión, en las pasadas elecciones se aprovechó de argucias jurídicas para salir de la cárcel –permisos médicos, libertad de culto, entre otras surrealistas excusas– y viajó hasta allí para organizar la campaña. Puso a cinco candidatos de sus afectos. No dejó nada al azar: contrató una bruja que hiciera unos rezos que le blindaran su victoria. Para sorpresa suya y de sus cómplices, el sexto candidato los venció a todos. Ganó el liberal Bartolo Valencia Ramos con casi 40.000 votos. La mayoría de los 365.000 habitantes de Buenaventura viven en la pobreza absoluta porque gran parte del presupuesto público se esfuma en la corrupción. De hecho, el alcalde saliente se encuentra en la cárcel por este delito.
Una situación similar se vivió en el otro extremo del país, en el Caribe. Allí, en la calurosa población de Magangué, a orillas del río Magdalena, se impuso la izquierda en contra de los deseos de Enilce López, alias ‘La Gata’, una poderosísima y tenebrosa mujer, amiga de los paramilitares, vinculada con los capos del narcotráfico, y quien, además, maneja una vasta red del chance, una lotería muy popular. Hasta ahora sus hijos, conocidos como Los Gatitos, se turnaban el poder y en campañas relámpago podían movilizar hasta 100.000 electores. Este poder fue vencido, en esta oportunidad, por Marcelo Torres con 23.000 votos. Marxista declarado y antiguo militante del Movimiento Obrero Independiente Revolucionario, Moir, trabaja en línea con Gustavo Petro, el exguerrillero del M-19 que, a su vez, se impuso en la alcaldía más importante del país, la de Bogotá.
También en la costa Caribe, en la bellísima bahía de Santa Marta, el profesor universitario Carlos Caicedo le ganó a Alejandro Palacios, candidato del exgobernador Trino Luna y de otros dirigentes, todos hoy presos, por sus vínculos con las mafias. Abogado de profesión, estuvo detenido, por los falsos testimonios de paramilitares desmovilizados que lo acusaban de corrupción. Los pájaros tirándoles a las escopetas. Tras un dilatado proceso y después de cuatro años y ocho meses tras las rejas, demostró su inocencia, recobró la libertad y ahora obtuvo 75.000 votos.
Y, finalmente, está el caso del municipio de Bello, en el departamento de Antioquia. Su población también les dio, a través de las urnas, una lección a las mafias incrustadas en la administración pública. Hasta el domingo pasado el poder local había sido manejado por Óscar Suárez Mira, incluso desde la cárcel en donde se encuentra por sus nexos con escuadrones de la muerte de derecha. Para estas elecciones decidió que su candidato era Germán Londoño. Con la misma presión que impuso en otros comicios, los demás aspirantes fueron sacados del camino para dejarle el campo abierto.
Sin embargo, los ciudadanos indignados corrieron la voz de que la única alternativa era votar en blanco. Londoño sacó 46.465 votos, pero las papeletas marcadas con el voto en blanco fueron más: 60.818. La Ley obliga en estos casos a repetir las elecciones en las que puede participar cualquier ciudadano menos el derrotado por el voto en blanco.
Las mafias, sin embargo, no se han quedado quietas y han movilizado a encapuchados tras las elecciones para quemar las papeletas y buscar anular los resultados. Eso explica las asonadas que se han visto en esta semana. La diferencia es que en esta ocasión, el Estado estrenó precisamente en estas ciudades la identificación biométrica para cotejar la huellas y evitar la suplantación de votantes y jurados y es casi imposible alterar ahora los datos. Un avance tecnológico que se suma a las noticias refrescantes que confirman, una vez más, que Colombia no se le puede ver en blanco y negro.
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